10/28/2013

Reseña de No hay buen puerto

Los editores de Vozed editorial me regalaron el más reciente trabajo de Hermann Gil Robles, No hay buen puerto. ¿Qué hago con él?, les pregunté. Léelo, me respondieron. Así de simple: una liga en Internet, una descarga rápida y listo. El libro era mío.

Conociendo el trabajo anterior de Hermann, yo tenía planeado comprarlo, por lo que me sorprendió que los editores se me adelantaran y me lo regalaran. Sin embargo, una vez que leí el libro comprendí que éstos no me estaban haciendo un regalo, sino que seguían el mismo modus operandi de un dealer de droga.

Porque No hay buen puerto es precisamente eso: una droga. Una metan-fetamina literaria compuesta de palabras, sensaciones, imágenes. Una realidad fragmentada, distorsionada, que, sin embargo, se aglutina en la consciencia del lector y produce una extraña sensación estética: la de percibir una misma situación desde seis realidades distintas.

El nombre del juego es Realidad y Hermann Gil Robles nos invita a jugarlo, introduciéndonos en las mentes de sus personajes, que utilizan diversas sus-tancias para intentar aprehender una realidad que los seduce y traiciona al mismo tiempo.

Porque en el mundo de No hay buen puerto no es necesario dormir para soñar. Los sueños pueden vivirse desde el estado de vigilia porque pueden comprarse: vienen en pequeños sobres de endulcorantes artificiales, en membranas plásticas que recuerdan condones femeninos, en combustiones lentas que liberan humo cargado de enigmas químicos, en forma de líquidos que te dejan ciego y que te hacen brotar las palabras.

A través de los seis relatos que conforman el libro, un sentido predomina sobre los demás:  el sentido del olfato, que nos dice a qué huele un amanecer, a qué huele el miedo, el sexo, la desesperación, mientras una infección se apodera lentamente de todos y los lleva a intentar diversos medios para hallar una cura.

¿Una cura para qué? Esa es la pregunta que Hermann Gil Robles nos lanza a la cara como un desafío. El ambiente en los seis relatos es opresivo y lo único que quieres es escapar: escapar de ti mismo, escapar de aquello o aquellos que te persiguen. Avanzas dando tumbos, encuentras senderos que te conducen hacia un mismo sitio, saltas esperando huir de tus perseguidores o acabar con todo de una sola vez.

Y es esa necesidad de escape la que le da un ritmo alucinante a la narración, que salta de un momento a otro, de un relato al siguiente, sin la necesidad de una línea de tiempo. Al contrario de lo que podría pensarse, esto no produce confusión, sino más bien un estado de consciencia superior desde el cual es posible ver el desarrollo de acontecimientos extraños, en donde el destino de unas hormigas se iguala al destino de unos seres humanos que se divierten en una fiesta, donde el sabor de la carne es el mismo que el del algodón de azúcar, donde reconoces con sorpresa el rostro de tu verdugo.

Por lo general no acostumbro a reseñar un libro de la manera que lo he hecho hasta ahora, sino que me gusta hacer un resumen sencillo y claro, en donde pueda dar mi opinión si el libro que reseño vale la pena de ser leído. Sin embargo, de alguna forma, la lectura de No hay buen puerto me contagió de su manera de contar las cosas. No por otra cosa comparé al libro más arriba con una droga y a los editores de Vozed editorial con dealers.

¿Recomiendo la lectura del más reciente libro de Hermann Gil Robles? Por supuesto.

Sin embargo, sugiero al lector que lo compre. No acepten No hay buen puerto como regalo, a menos de que quiera ser cómplice al fomentar una adicción.


8/01/2013

¿Por qué escribo?

No hay una respuesta única a esa pregunta, aunque muchos escritores contestarían con un “escribo porque me apasiona” o “porque para mí escribir es como respirar” o con alguna otra respuesta por el estilo que sólo serviría para alimentar su vanidad —que en el caso de los  escritores es casi lo único que podemos aspirar a alimentar, ya que es muy difícil llegar a vivir de lo que escribes.

En mi caso particular, la cadena de circunstancias que me hicieron escritor comenzó en la preparatoria, cuando regresé a mi asiento en la clase de literatura y recibí un comentario halagüeño del discurso de oratoria que acababa de dar ante la clase, escrito en un papelito. El discurso lo había escrito yo el día anterior en media hora y versaba sobre los sentimientos de un semáforo (sí, en ese entonces mi imaginación era lírica); el papelito lo había escrito la chica que más me gustaba de toda la prepa y que hasta ese momento parecía haberse percatado de mi existencia.

Pero atribuir al sexo mi afición por la escritura sería un error. Si acaso me había atrevido a dar ante la clase —y ante la chica que más me gustaba, recuérdenlo— un discurso acerca de un semáforo sentimental era porque el germen de la escritura ya había empezado a eclosionar dentro de mí. Y la causa de la infección fueron los libros.

Éstos me empezaron a interesar por la amistad que entablé en primero de secundaria con un compañero de clase al que le apodaban “la computadora” y al que ahora todos conocemos simplemente por Luis. (Ambos leíamos tanto, que recuerdo que en segundo de secundaria  una vez elaboramos una lista con los 100 libros que habíamos leído hasta el momento).

Sin embargo, mientras Luis se aficionaba más y más a la ciencia ficción, yo me aventuraba en eso que llamamos Literatura, así con mayúscula. No sé ni porqué, pero pronto me vi envuelto en intrigas y aventuras en San Petersburgo y París, escenarios donde se movían los personajes creados por los que eran mis nuevos héroes, los escritores rusos y franceses del siglo diecinueve.

Dostoievski, Tolstoi, Balzac, Víctor Hugo… De ellos conocí lo mejor y lo peor del alma humana y ellos fueron mis guías hacia otros escritores europeos y americanos, todos de “altos vuelos”. Sin embargo, yo continuaba consumiendo también libros de ciencia ficción, best sellers, novelas de terror e historias de detectives.

En ningún momento la alta Literatura entró en conflicto con la literatura “menor”. Thomas Mann y Stephen King convivían (aún lo hacen) en el mismo universo mental que llevaba (llevo) en mi cabeza.

El resultado fue que mi vida se convirtió en literatura. Todo lo que me rodeaba parecía  encontrar su correspondencia con la literatura, y cuando no encontraba esa correspondencia yo me encargaba de que lo hiciera.

Así que a los diecisiete años decidí que sería escritor. (Por supuesto, en ese momento no sabía lo que eso significaba).

Aún se debate la cuestión de si el escritor nace o se hace. Yo creo que nace, pero es necesaria mucha dedicación para convertirte realmente en escritor. Porque nadie puede enseñarte a escribir. Es cierto que puedes llegar a aprender la técnica y algunos trucos útiles de alguien que escribe, pero nadie es capaz de darte esa voz propia a la que aspira todo escritor.

La única manera que existe de convertirte en escritor es leyendo. Entre más hayas leído más posibilidades tienes de lograrlo. No es sólo que conforme lees vas encontrando distintos modos de contar una historia, sino que un enorme sedimento de información se va asentando en tu subconsciente, que es donde incuban las ideas que surgirán más tarde, quizá años después.

Yo había nacido escritor (esto lo sabes desde que eres muy niño. Tienes una sensibilidad especial, una manera distinta de ver las cosas, una capacidad de observación que rebasa la simple curiosidad) y había leído una cantidad impresionante de libros de todos los géneros literarios. Sin embargo, aún así me tomó los siguientes 13 años de escritura constante el lograr el primer cuento que me satisfizo.

En el camino dejé tras de mí miles (sí, miles) de hojas con apuntes, fragmentos, borradores e ideas que hasta el momento no les encontraba aplicación. ¡A los 30 años y sólo había logrado acabar mi primer cuento! Como para desesperar a cualquiera.

Pero no a un escritor. Porque desde ese mi primer relato fue que me convertí realmente en escritor. Me di cuenta que ya era capaz de contar una historia interesante, que tuviera inicio, desarrollo y final. A partir de ese mi primer éxito (con respecto a mí mismo, por supuesto) me entró una pasión creativa que me duró unos diez años. En ese período escribí cerca de veinte cuentos, una novela de ciencia ficción y otra infantil.

Me divertí bastante escribiendo esas historias, además que descubrí que el escribir me servía como un escape a la monótona realidad. (Paradójicamente, esa “monótona realidad” era la que me proporcionaba los recursos materiales para subsistir).

Poco a poco esa realidad fue imponiéndose y mi pasión creadora entró en lo que podemos llamar una etapa de hibernación. Muchos de mis conocidos entraron en su etapa de vida más productiva (económicamente hablando) en tanto yo languidecía en un trabajo estable, pero poco remunerativo. Aquellos que sabían que yo escribía me miraban con cierto desdén y me preguntaban, ¿por qué escribes?, lo cual podía traducirse como: ¿por qué no te buscas una actividad real que te proporcione ganancias?

Ellos tenían razón, por supuesto. Escribir me proporcionaba un inmenso placer, pero nada parecido a una ganancia material. Para lograr eso antes debía publicar, ser un escritor activo y no pasivo.

Sólo que había un problema. Bueno, en realidad tres problemas: 1) Yo vivía en México, país que no se distingue precisamente por su cantidad de lectores. 2) En este país, el escritor es visto aún como un ser superior, culturalmente hablando, y 3) yo he sido siempre un maldito perfeccionista.

Con respecto al primer problema, que en México no existan muchos lectores no es una excusa para no publicar. Son bastantes los títulos que han alcanzado altas ventas en nuestro país (aunque nadie que se respete podría considerar a Jordi Rosado como un escritor consagrado). Sin embargo, sí debemos reconocer que las ventas de un libro en México no tienen el potencial que alcanzan en otros países.

El segundo de los problemas se deriva del primero y es la principal causa por la cual no hay autores mexicanos encabezando las listas de ventas de libros en el mundo. La razón es que la mayoría de los escritores mexicanos también se consideran a sí mismos como seres superiores y quieren alcanzar la cumbre de las letras nacionales, lo cual significa Cultura.

Y donde alguien dice Cultura, las universidades y el Gobierno meten sus narices. De ahí la gran cantidad de premios y concursos literarios a nivel nacional, por no mencionar las becas y otras prebendas que gozan los escritores cuando deciden aceptar el mecenazgo universitario/gubernamental.

¿El resultado? Escritores opinando sobre todo tema nacional de “interés público”; cientos  de congresos culturales y talleres literarios; jurados premiando a los autores que escriben acerca de los grandes temas nacionales —oscilando entre Pedro Páramo, el lumpen y el narco— y que ignoran los grandes temas universales, que lo mismo afectan a un mexicano que a un europeo o a un nigeriano.

Con respecto al tercer problema, ese es enteramente personal. En ese momento (cuando me cuestionaban el porqué escribía en vez de dedicarme a algo más productivo), consideraba que mis cuentos y demás escritos no eran lo suficientemente buenos.

En parte —ahora lo sé— esto no era más que temor a publicar. Sin embargo, dicho temor no era del todo injustificado, ya que mis escritos no siempre se adaptan a la idiosincrasia cultural nacional.

Con esto quiero decir lo siguiente: soy un escritor que cuenta historias y uso temas universales. No me importa si mis personajes son mexicanos o no, o si la historia se desarrolla en territorio nacional o en Nueva Zelanda o Londres o en algún lugar indefinido.

Lo importante es la historia, la manera como la cuentas.

Esto me cerraba muchas puertas, ya que no estaba dispuesto a escribir sobre algún tema que no me interesara. Tampoco quería “tropicalizar” mis escritos con el único fin de entrar a un  concurso literario, ni entrar a formar parte de un grupo local de escritores porque no quería escribir como todos. Buscaba una voz propia.

Así que ignoré los comentarios y seguí con lo mío (como escritor pasivo), puliendo mis escritos, leyendo como un poseso y buscando el género literario en el que mejor pudiera expresarme.

Pasaron varios años y entonces encontré por casualidad, hojeando la revista Wired, un peculiar concurso literario que vendría no sólo a convertirme en un escritor activo —ese que busca la publicación de sus escritos—, sino a cambiar la manera en la que escribía. (Como comenté anteriormente, siempre he sido perfeccionista, por lo que todos mis escritos hasta ese entonces eran bastante rígidos en su construcción).

El concurso se llama NaNoWriMo (National Novel Writing Month) y básicamente se trata de que durante el mes de noviembre escribas una novela de 50,000 palabras. No hay un tema específico, no hay premio. Sólo te lanzas a escribir al menos 1,667 palabras diarias y el día 30 de noviembre (antes de las 12:00 AM) mandas tu novela a una dirección de Internet y un contador automático confirma que hayas escrito las 50,000 palabras.

Es todo. Si lograste escribir tus 50,000 palabras ganaste. Si no, perdiste.

Yo estaba por cumplir mis 50 años cuando decidí entrar al concurso, a mi manera. Tuve  dos días para garrapatear un borrador, escogí un tema al azar y me lancé a escribir. Nunca me había sentido más libre. Toda la rigidez en la construcción de mis escritos desapareció ante el imperativo de escribir al menos 1,667 palabras diarias.

El 26 de noviembre de 2010 terminé de escribir mis 50,000 palabras, pero aún me faltaban los capítulos finales. Yo estaba exultante, por lo que me consideré ganador y completé lo que me faltaba.

El resultado fue la extravagante novela “Retorno 2012 o Cómo sobrevivir a una invasión de zombis” (76,927 palabras), misma que subí a Internet para que fuera leída o descargada de manera gratuita. (De dicha novela extraje los personajes para empezar una serie de novelas policíacas, de la cual ya he escrito dos y cuya primera entrega voy a publicar el próximo mes de octubre, seguro de fascinar a los lectores).

Por un azar del destino fue en 2012, precisamente, cuando fui invitado nada menos que por mi amigo Luis (sí, el mismo) a participar en el grupo de EICAM (Escritores Independientes Capítulo Monterrey) que él acababa de fundar junto a otros escritores, lo cual acepté encantado porque no se trataba de escribir igual que ellos, sino de compartir la aventura de la auto-publicación.

Publiqué un apresurado libro de dieciséis cuentos intitulado “La punta del iceberg”, el cual se agotó en el segundo día de la Feria Internacional del Libro Monterrey 2012. (Claro, sólo había publicado 20 ejemplares, y una sola persona —una promotora cultural, ¡quién lo dijera!— se llevó doce de ellos. Pero después vendí más).

Llevo 34 años escribiendo prácticamente todos los días.

¿Por qué escribo?


Creo que lo que les acabo de contarles responde a esa pregunta. ¿O no?



10/25/2012

Crónica de Feria


El título del presente post no es mío, sino de mi tía Mireya, que se quedó impresionada cuando supo que yo era escritor, y que se impresionó todavía más, si cabe la expresión, cuando leyó lo que yo escribía. En estos días, mi tía Mireya es una de mis más fervientes admiradoras.

Y no está sola: desde que empezó la Feria del Libro Monterrey 2012, en donde por primera vez me atreví a poner a la vista de todos una muestra del trabajo que he estado realizando en la sombra desde hace por lo menos 33 años, mi número de admiradores ha crecido exponencialmente.

Esto me causa sentimientos encontrados. Por una parte, estoy feliz de que otras personas puedan compartir conmigo la emoción que siento al escribir; estoy feliz que podamos unir nuestras mentes; estoy feliz de que les guste lo que escribo. Pero, por otro lado, me siento un poco apenado (y agradecido) por recibir tantas muestras de admiración. Esto se debe a que —al contrario de prácticamente casi todos los escritores— carezco de vanidad.

Yo nunca he escrito para ser admirado por los demás, ni para ser el centro de atención, ni para pasearme por el mundo como si fuera de alguna manera superior, o más inteligente, que los lectores que me leen. Yo escribo porque me apasiona escribir, porque me gusta crear realidades alternativas en donde no siempre las cosas son lo que aparentan; yo escribo porque intento trasmutar en palabras algunas maravillas de este extraordinario e increíble viaje que me ha tocado en suerte experimentar y al que llamamos vida.

Así que, más que Crónica de Feria (en donde les podía contar cómo, increíblemente, todos los libros que había mandado imprimir para venderlos se me acabaron para las 2:30 PM del domingo, el segundo día de la Feria del Libro, sin haber hecho yo alguna presentación de mi libro, sin haber llevado publicidad, sin tener siquiera mi gafete de “Escritor Invitado” o una fecha para firma de libros en el stand), más que Crónica de Feria, les digo, fue una Crónica de Encuentros.

Porque me encontré con gente interesante: no sólo con otros escritores que comparten los mismos temores y aspiraciones, sino con lectores que buscan algo nuevo, que se atreven a recorrer senderos que se alejan o evitan la seguridad que proporciona el leer a algún escritor ya establecido. Y esto, para mí, no tiene precio.

Así que este breve post sirva para agradecer a todos los lectores que compraron La punta del iceberg y para invitarlos a que me manden su crítica a fin de compartirla con otros lectores. También para pedirles que, si les gustó aquello que leyeron, me recomienden a otros lectores.

También quiero agradecer a todos los organizadores del EICAM (Escritores Independientes Capítulo Monterrey), en especial a mi amigo Luis, el haberme permitido mostrar una pequeña parte de mi trabajo a los demás.

Porque eso es lo que significa el título de éste mi primer libro publicado: En un iceberg sólo es visible el 10% de su volumen. El 90% permanece sumergido.

Vendrán más obras mías. Eso que permanece bajo el agua poco a poco saldrá a la luz. Los mantendré informados.



9/05/2012

La punta del iceberg


Cuando mi amigo Luis me invitó a participar en el grupo de Escritores Independientes,  capítulo Monterrey —que tendrá un stand en la Feria del Libro de ésta ciudad en octubre próximo— pensé que tenía que presentar algo bueno, impactante. Así que me decidí por  presentarme desnudo ante el público de la feria. Por supuesto, esta no es ninguna estrategia desesperada de marketing, sino mi manera de anunciarles que tendrán la oportunidad de conocerme íntimamente como escritor, con todos mis miedos y obsesiones.

Porque si uno se pregunta cuál es la manera más sencilla de conocer íntimamente a un escritor, la respuesta es simple: pídele a éste que te deje leer todos sus relatos. En ellos encontrarás todo lo que necesitas saber de él o ella. Lo conocerás tal como es, sin máscaras.

La punta del iceberg —libro que pondré a disposición del público— contiene dieciséis relatos que no titubeé en calificar como “asombrosos”. Este no es un adjetivo vacuo, ya que dichos relatos se apartan bastante de los cánones establecidos. ¿A qué me refiero con esto?

El lector avezado (y muchos de los lectores de estas Crónicas Profanas lo son) se habrá dado cuenta de que hasta el momento he evitado utilizar la palabra cuento y la he sustituido por relato. Esto no es gratuito. Si lo hice es porque el género del cuento está bastante subestimado en la actualidad, a tal grado que muchos lectores lo consideran un género menor o, en el mejor de los casos, inferior al género de novela. Para muchos, leer cuentos simplemente no está dentro de sus prioridades lectoras.

¿Por qué, si la historia de la literatura —en especial la latinoamericana— está plagada de grandes escritores de cuentos? Bueno, pues resulta que precisamente ahí está el problema: los cuentos en Hispanoamérica no ha evolucionado como sucede en otras partes del mundo. Se continúan escribiendo cuentos, pero la gran mayoría siguen los mismos cánones que regían en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en la que reinaba la famosa “Generación del boom” a la que pertenecían Julio Cortázar et al.

Son cuentos de escritores que deseaban acabar con los convencionalismos literarios de la época; cuentos que pretendían contar las cosas de otra manera; cuentos “comprometidos” con las realidades sociales y políticas del momento; cuentos que dejaron a un lado la esencia misma del género, que es la de contar una historia.

En lugar de contar una historia, los cuentos de esa época intentaban trasmitir una idea, describir un estado de ánimo, desnudar una sociedad, llamar la atención hacia seres desposeídos, fracasados, sin esperanza.

Por supuesto, muchos de esos cuentos son verdaderas obras maestras y sus autores grandes escritores. Pero eso debió haber quedado en el pasado y no ser repetido por los escritores que los siguieron. Sin embargo, ese no fue el caso. Los escritores más recientes —con honrosas excepciones— han seguido escribiendo de la misma forma, con los mismos temas, los mismos protagonistas, las mismas situaciones, lo cual ha repercutido en el prestigio del género como tal. Así, la mayoría de los lectores los evitan. Prefieren leer novelas o libros de no-ficción.

En los cuentos modernos abundan las situaciones y las descripciones psicológicas de los protagonistas. Y por lo general empiezan y acaban en medio de nada. No se cuenta una historia, se describe una situación o la psicología de un personaje. Por eso no es de extrañar entonces que los cuentos hayan disminuido su popularidad entre los lectores.

Al contrario que lo que muchos creen, escribir un cuento muchas veces resulta más complicado que escribir una novela. Porque el primero es excluyente, en tanto la novela es incluyente. En el cuento —dada su brevedad característica— lo que queda fuera importa tanto o más que lo que queda. Un cuento bien construido puede dar lugar a una novela, en tanto es imposible reducir una novela a la longitud de un cuento sin que pierda su esencia.

Habiendo dicho lo anterior, transcribo la presentación que tendrá La punta del iceberg:

Lector, el libro que tienes en tus manos no es un libro; son muchos libros. No es un sueño; son muchos sueños. Los dieciséis relatos que lo integran abarcan un período de diez años, que se comprimen entre sus pastas; una década entera, durante la cual esos muchos sueños —o quizá un solo sueño, multiplicado— tomaron forma.
Sin embargo, dicha forma no es definitiva de ningún modo, ya que los relatos conservaron su naturaleza onírica, tanto en su estilo como en su secuencialidad.
Porque, de la misma manera que el sueño —donde nuestra mente se encuentra a merced del azar, donde las imágenes se suceden sin parar, algunas veces caóticas, otras siguiendo una secuencia en apariencia lógica— en La punta del iceberg de uno a otro relato se puede pasar de lo ridículo a lo serio, de lo cotidiano a lo fantástico, de lo sacro a lo profano.
Ningún relato te prepara para el siguiente; ninguna lógica separa a una narración de otra, quizá por completo diferente u opuesta.
Durante la preparación última del libro, y a fin de salvaguardar su naturaleza de sueño —o sueños— se dejaron de lado las convenciones cronológicas y temáticas: no se buscó el hacer avanzar al lector de la aurora al crepúsculo, ni el separar la risa del asco o la reflexión del asombro. Hacerlo de esa manera hubiera sido privar al lector de la oportunidad de establecer por sí mismo su interpretación personal, por medio de la cual el libro adquiere su coherencia, su significado último.

Los espero en la Feria del Libro Monterrey. Y después.

Tengo dieciséis historias que contarles.




5/08/2012

En paro


Recibí la noticia el treinta de marzo pasado. No me la esperaba.

Como marido engañado fui, por decirlo de alguna manera, el último en enterarme: bastó una hora y media —que incluyó visitas al área de Recursos Humanos del corporativo, a la junta de Conciliación y Arbitraje y al banco en donde deposité mi liquidación— para que el prefijo “ex” se incluyera a mi categoría de empleado. Fue una operación de precisión, de esas que en las notas de prensa califican como “quirúrgicas”.

Y la verdad es que, como todas las operaciones quirúrgicas, duele. Después de un largo  período de quince años y medio de trabajar en la empresa, todo acabó: me habían despedido; me habían dado avión; me habían reajustado; me habían corrido… estaba en paro. Me gusta más utilizar ésta última expresión al estilo español que las anteriores, ya que es la que mejor se ajusta a la situación a la que me enfrenté.

Porque de alguna manera el mundo —mi mundo— pareció detenerse, entró en paro. Y la vida real, esa vida en la que había estado viviendo tan sólo una hora y media antes, seguía su camino, empezando con su desfase. Debía notárseme este desfase en la cara cuando regresé a mi lugar de trabajo para recoger mis cosas y empezar a guardarlas en una caja, ya que mis compañeros parecieron ignorarme. Quizá estaban tan sorprendidos como yo, quizá fingían estar muy ocupados en sus tareas porque no sabían que decirme. O quizá sabían que, si ya me había tocado a mí, ellos podrían ser los siguientes.

En cualquier caso, al estar guardando mis cosas en una caja empezó a infiltrase en mi consciencia la realidad del paro: ahí estaba yo, guardando las cosas más inverosímiles que sacaba del cajón del escritorio. Cosas que en su momento habían dado un sentido a mi trabajo, pero que ahora entre mis manos se veían extrañas.

En fin, que terminé de guardar mis cosas y me despedí de mis compañeros, aún ausentes, aún sorprendidos. Mucho ánimo, buena suerte, sé que pronto encontrarás un trabajo mejor fueron las frases que me acompañaron mientras salía de la oficina y me enfrentaba —cara a cara— con El Paro.

No era la primera vez que lo hacía, sin embargo. 17 años atrás ya había enfrentado lo mismo. La diferencia era que en ese entonces no tenía dos hijos ni tampoco cincuenta años. O sea que era lo mismo, pero diferente. Cuando llegué a la casa y le di la noticia a mi esposa, ambos sentimos una sensación de deja vú. La diferencia era que ésta vez recibí una mayor compensación por mi liquidación, por lo cual no quedé prácticamente  en la calle como la vez anterior (A propósito, mi esposa tomó la noticia con calma. “¡Ya lo sabía!” comentó como una pitonisa).

Para aquellos que nunca se han encontrado en paro: El paro es una de las peores cosas que pueden ocurrirle a alguien, no sólo por los ingresos que dejas de recibir o por la incertidumbre con respecto a su duración, sino porque también te coloca en una especie de limbo.

Atraviesas por varias etapas. La primera de ellas es la más dura y tiene que ver con ese desfase que comenté más arriba. De súbito, aquella vieja amante que es la Costumbre te abandona, dejándote completamente solo.

Todo el mundo se queja alguna vez de lo rutinario de sus vidas. Vemos a la rutina como algo perverso, como una prisión, sin darnos cuenta que la rutina es precisamente aquello que le da sentido a nuestros actos cotidianos, aquello que nos permite emplear al máximo nuestras potencialidades, que nos sirve de guía en un mundo cada vez más caótico.

Cuando estás en paro careces de puntos de referencia. No tienes horarios, tus desplazamientos son diferentes, confirmas que en la televisión pasan la misma basura todo el día a toda hora, te das cuenta que mucha gente hace muchas cosas en las horas que tú estabas encerrado en la oficina, lavas platos, recoges la casa, limpias la caja de arena del gato. No oyes el tic-tac del reloj porque no hay reloj.

Es en este período de confusión cuando entras en la siguiente etapa del paro, que es el de la procrastinación. Para los que no conozcan esta palabra, significa: dejar las cosas para más tarde, para después, para mañana.

Sabes que estás en paro y que es preciso que te pongas de inmediato a corregir tu situación. La liquidación que te dieron no te va a durar mucho tiempo. Tienes que actualizar curriculums; tienes que hablar con varios conocidos tuyos; tienes que buscar empleo en bolsas de trabajo, en el periódico, en LinkedIn… Tienes que hacer todo ello pero, ¿sabes qué?, mañana empiezo. Y cuando llega “mañana”, lo dejas para el día siguiente. Y así van pasando los días del paro, en medio de la procrastinación.

Esto no es gratuito. No es producto de la pereza ni de la indolencia. El que está en paro sabe que debe moverse deprisa si quiere salir de su situación. Lo sabe, pero no puede hacerlo. ¿Por qué?

Porque con el paso de los días en paro llega el momento en que te das cuenta que ese desfase de la primera etapa ha alcanzado proporciones inconmensurables. En pocas palabras: entre tu realidad y la realidad hay un abismo tan ancho y profundo como el de la Barranca del Cobre en Chihuahua.

En mi caso particular, tiene que ver con mi edad. Porque por más actualizado que estés en tu trabajo nunca logras empatarte con el mundo real, que avanza a un ritmo más rápido. Quizá en tus funciones estés al tú con tú con ese mundo real, pero éste no se detiene en acumular experiencia, y tú sí.

Veintiocho años de experiencia en el ambiente financiero no significan realmente mi as bajo la manga, sino que se convierten en un lastre. (Según la estadística en México, sólo un 11% de los que pierden su trabajo después de los 50 años logran colocarse de nuevo, al menos en un puesto con un ingreso similar al que tenían).

Mi experiencia significa especialización para mis empleadores potenciales, a quienes resultará muy difícil convencer de que puedo hacer muchas más cosas que en el puesto que tenía hasta el 30 de marzo pasado.

Así que así estoy ahora, empezando a romper la barrera de la procrastinación. Ya he empezado a reconstruir mis horarios y estoy empezando el contacto con personas que creo me pueden ayudar a salir del paro.

Aunque, pensándolo bien, quizá estoy haciendo de todo esto una tormenta en un vaso de agua. Tal vez ni siquiera me pueda considerar en paro y pueda hacer mía la frase que  dijo durante el juicio el abominable Anders Behring Breivik (el autor de la masacre en Noruega el año pasado): “No estoy desempleado, soy escritor”.

Porque antes y después del 30 de marzo pasado he seguido con lo que mejor hago: escribir. He terminado con la segunda novela de la serie Gloria y estoy iniciando la tercera. Ahora sólo me falta que me publiquen.

El reloj hace tic-tac. Lo oigo. 


3/24/2012

La verdad del Efecto Mariposa (revisitado)

El amable comentario de un lector de estas Crónicas me trajo a la mente un antiguo problema que tiene el servicio de Blogger: pasados post que pueden ser interesantes para alguien quedan enterrados en el archivo.

Por supuesto, todos pueden consultar el archivo (para eso está) pero la verdad es que muy pocos lo hacen. Yo me pregunto, ¿cuántos de los 1400 lectores del post "No me gustan los Lunes", publicado el 28 de enero de 2011 —el más popular hasta la fecha— han escarbado en el archivo para ver qué más encuentran?

Otra cosa que comenta J.O. (ese amable lector de que hablo) es la cuestión de los pocos comentarios que recibo. ¡Vamos, comenten!, que ese es uno de los principales motivos por los que empecé a escribir mis Crónicas Profanas: este blog fue concebido para ser interactivo, para que hubiera un espacio abierto para intercambiar ideas y puntos de vista.

Yo publico todos los comentarios, aunque algunos me sean adversos. El único problema es que en ocasiones reviso el blog muy de vez en cuando. Sin embargo, si empieza a haber un flujo de comentarios que lleve a discusiones y debates de altura tengan por seguro que seré más puntual en revisar el blog.

Dicho esto, les dejo aquí el enlace del que les hable en un principio y que quedó enterrado en el archivo de estas Crónicas:

http://cronicasprofanas.blogspot.mx/2008/06/la-verdad-sobre-el-efecto-mariposa.html

Espero que se les haga interesante a aquellos que no escarbaron en el archivo.

También espero sus comentarios. Compartan sus puntos de vista, no sólo conmigo, sino con los demás lectores.

1/15/2012

Hosanna en los circuitos


Vivimos en un mundo extraño. Sin embargo, no importa cuánto estemos acostumbrados a su extrañeza, siempre habrá algo que nos sorprenda. Así, el pasado día 6 del presente, leí en el diario Reforma la noticia de que el gobierno de Suecia reconoció oficialmente a la iglesia del Kopimismo. A primera vista, el hecho no parece tener mayor relevancia. Después de todo, la libertad de culto es una de las prerrogativas de todas las democracias, ¿no?

 Sin embargo, cuando me entero que la doctrina del Kopimismo considera la transferencia de archivos en Internet como un acto religioso…

“Para la iglesia del Kopimismo, la información es sagrada y la copia es un sacramento. La información tiene un valor en sí misma y en lo que contiene, y ese valor se multiplica a través de la copia… Por lo tanto, la copia es fundamental para nuestra organización y sus miembros”, informa la nota de Reforma de un comunicado publicado por la BBC.

Isak Gerson, estudiante de filosofía, 19 años, fundador y líder espiritual del Kopimismo (que cuenta con 3 mil adeptos) dijo: “Ser reconocidos por el estado de Suecia es un gran paso para todos. Esperemos que este sea un paso hacia el día que podamos vivir nuestra fe sin temor a la persecución”. Aunque la copia es fundamental para la organización y sus miembros, el líder aclara que no están a favor del intercambio de archivos ilegales, sino que más bien abogan por hacer los contenidos accesibles a todo el mundo, oponiéndose a leyes que puedan coartar esos derechos.

No sé qué piensen ustedes, pero esto me huele a chamusquina (como el “Partido Verde Ecologista de México” o la iglesia de la Cienciología). Porque —hasta donde yo sé— el compartir archivos por Internet no es una actividad punible; lo que es punible es la transferencia de contenidos “pirata”. Así que lo único por lo que alguien perseguiría a un miembro del Kopimismo sería por compartir un archivo ilegal, no por ser devotos de los símbolos CTRL+C y CTRL+V ni por lo cutre de su “doctrina”.

De este reconocimiento del gobierno sueco a la iglesia del Kopimismo podemos extraer algunas conclusiones interesantes:
1) Suecia está gobernada por idiotas… o por hipócritas.
2) Cualquier estudiante de filosofía frustrado puede inventar una religión a modo que se adapte a su frustración.
3) Para ser adepto del Kopimismo sólo necesitas decir: “soy kopimista”.

Con respecto al primer punto, me inclino por el bando de los hipócritas. Si hemos de creer a Henning Mankell o a Stieg Larsson, la sociedad sueca está repleta de nazis y el golpear mujeres es casi un deporte nacional. Por supuesto, ambos escritores son de “izquierdas” y sus juicios deben estar por lo tanto sesgados (estarían igualmente sesgados si  fueran de “derechas”. No importa a cuál de los dos bandos pertenezcas, tus juicios resultan  forzosamente sesgados por ello). En fin, que la imagen del Estado de Beneficio modelo de Suecia muestra manchas muy feas. El hecho que el gobierno sueco haya cedido a dar la categoría de religión a un engaño tan patente como lo es la iglesia del Kopimismo, es prueba de que desea ser visto como un Estado liberal y  “políticamente correcto”… Eso o Suecia realmente está gobernada por idiotas.

Con respecto al segundo punto: No importa que seas seguidor de Cristo, de Alá, de Buda o de Confucio —por mencionar sólo a las religiones más populares— es normal que adaptes a tu modo la religión que profesas. De no hacerlo así, caerías en comportamientos y actitudes muy peculiares que te llevan muy fácilmente a convertirte en un fanático. Admitámoslo: todos los libros sagrados fueron escritos hace mucho tiempo, al menos mil, dos mil o tres mil años atrás y muchos de sus preceptos, rituales e historias resultan francamente anacrónicos en el siglo XXI. Las sociedades también han cambiado, han evolucionado, y no se parecen en nada a las sociedades de hace mil o dos mil años.

Por lo tanto, repito, no sólo es sano, sino recomendable, adaptar nuestra creencia particular a nuestro modo, a nuestra vida diaria. Sin embargo, esta adaptación no significa que renunciemos a los significados profundos de la religión que profesamos: su doctrina, sus creencias, su contenido ético y moral.

Muy diferente a lo anterior resulta el inventarse una religión a modo, como lo hizo L. Ron Hubbard, mediocre escritor de ciencia ficción, con la Cienciología; o como lo hicieron los narcos con Malverde o con la Santa Muerte. Esas no son religiones, sino pseudo-religiones, ya que carecen de doctrina o de dogma. Son simples intentos de llenar un vacío —en el primer caso— o de racionalizar comportamientos antisociales en los dos últimos casos.

Al igual que la iglesia del Kopimismo, que es un burdo truco para evitar ser sancionado por intercambiar archivos ilegales en Internet. Como el “fuero” de nuestros políticos mexicanos, el reconocimiento del Kopimismo como religión les permitirá a Isak Gerson y a  sus tres mil seguidores cambiar impunemente sus archivos electrónicos piratas. Bueno, al menos lo podrán hacer en Suecia, en donde no podrán ser tocados, ya que el hecho podría ser señalado —legalmente— como un acto de “persecución religiosa”.

Por último, es muy fácil adoptar una creencia cuando ésta carece de sustancia. Cuando no es necesario comprometerse o ceñirse a un sistema de normas éticas y morales. Es por ello que resulta tan fácil creen en los OVNIS, en la astrología, las profecías de Nostradamus, los poderes paranormales o los fantasmas. No necesitas comprometerte con nada ni con nadie, no necesitas seguir ciertas reglas de conducta ni ayudar a tus semejantes. Simplemente basta con cerrar tu pensamiento crítico, ignorar miles de descubrimientos científicos y  aceptar pruebas anecdóticas o espurias. También, basta con que seas sueco y quieras bajar algo de Pirate Bay sin ser molestado para que abraces gustoso y seas admitido en la iglesia del Kopimismo. La constitución sueca te protege.

Ahora bien, alguien podrá preguntarse el por qué no incluí a los ateos en mi diatriba. No los incluí por la sencilla razón de que conozco a muchos ateos que podrían servir de ejemplo a la mayoría de los creyentes con los que me he topado. No sólo tienen un comportamiento más ético y moral, sino que están exentos de la angustia existencial que paraliza a muchos “creyentes”. No buscan su salvación individual ni la de los demás. Simplemente saben que pertenecen a una sociedad y siguen sus reglas.  Saben lo que es bueno y es malo. No temen al pecado, sino a su propia fiabilidad.

Por lo anteriormente expuesto, alguien podría pensar que estoy en contra de la iglesia del Kopimismo. Eso no es cierto. Considero que cada persona es libre de creer o no creer en lo que quiera, siempre que dicha persona no intente convencer a los demás que su verdad es la única verdad; que no intente imponer sus creencias particulares a terceras personas; que acepte que la suya es sólo una de muchas creencias y que respete otros puntos de vista.

Isak Gerson cuenta con mi simpatía. Lo suyo fue un truco burdo, pero efectivo. Ayudó a exhibir la hipocresía del gobierno sueco y abrió una vía alterna a la voracidad de los verdaderos bucaneros de Internet: las industrias del cine y la música (aquí pueden leer mi punto de vista acerca de la piratería).

Si acaso el próximo día 24 de enero se llega a aprobar la infame ley SOPA, es casi seguro que al otro día me acercaré a la página web de la iglesia del Kopimismo para ver cuáles son los requisitos para pertenecer a la congregación.

 Así podré decir: Copy-Paste. Amén.



Post Scriptum: Cuando le enseñé la noticia a mi hija Ana Sofía, le hizo mucha gracia y se le  ocurrió parodiar Los Diez Mandamientos, versión Kopimista. He aquí nuestra versión, que inventamos entre los dos:
Los diez mandamientos Kopimistas:

  1 Amarás a tu CPU sobre todas las cosas.
  2 No tomarás el nombre de Internet en vano.
  3 Santificarás las teclas.
  4 Respetarás el P2P y el HTLM.
  5 No crearás virus ni malwares.
  6 No chatearás con la mujer de tu prójimo.
  7 No comprarás nada fuera de iTunes.
  8 No te ocultarás tras un nick.
  9 No hackearás.
10 No codiciarás las IP ajenas.





9/25/2011

¿NINI's o NICA's?


La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos un coche”. George Bernard Shaw.

En éste aforismo se nos previene de una de las características más paradójicas de la estadística: es muy fácil mentir con las cifras. Y nadie en el mundo hace mejor (o peor) uso de la estadística que los políticos. Podemos decir que las estadísticas son la materia prima de sus promesas de campaña.

Esto viene a cuento porque recientemente ha vuelto a cobrar fuerza el tema de los nini’s, o sea aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan. Cuando iniciaron con el tema en los medios de comunicación, se estimaba que en México habían 5 millones de nini’s; ahora esa cifra se ha incrementado considerablemente y llega a los 7 millones.

En un ambiente de inseguridad como el que padecemos en México, esa enorme reserva de jóvenes sin ocupación causa un enorme temor: que muchos de ellos sean reclutados por el crimen organizado y lleven al país a su ruina definitiva.

Ante esta terrible eventualidad, los políticos, las organizaciones civiles, las iglesias, los intelectuales y los comentaristas políticos se han apoderado de esa cifra de 7 millones para amoldarla a sus necesidades e impulsar así sus agendas particulares.

En lenguaje coloquial, cada quien lleva agua a su molino.

Sin embargo, dos estudios recientes indican que el problema con nuestros nini’s puede ser muy diferente al de los nini’s italianos, para poner un ejemplo de un país en el que el fenómeno ha alcanzado proporciones muy graves.

Y es que nuestros nini’s son en su mayoría nica’s. O sea, mujeres que ni estudian ni se casan.

En el estudio “Los Jóvenes Mexicanos. Situación Actual y Desafíos Futuros” de la Subsecretaría de Educación Superior de la SEP, publicado en abril pasado, se señala que de los 7.1 millones de nini’s, cerca 3.4 millones no tienen interés de trabajar pues atienden otras obligaciones, mientras más de un millón 100 mil sí están disponibles para laborar pero no buscan empleo por considerar que no tienen posibilidad de obtenerlo. Asimismo, unos 48 mil ya han desistido de buscar un trabajo.

Sin embargo, la parte más reveladora del estudio es la que señala que ¡8 de cada 10 de esos jóvenes son mujeres que se dedican a las labores del hogar! Asimismo, señala que en 17 de los 31 estados de la República es mayor el porcentaje de jóvenes que ni estudian ni trabajan al promedio nacional (20%) y que las entidades con las cifras más altas son Chiapas, Michoacán y Tabasco, pues uno de cada cuatro de sus jóvenes de entre 12 y 29 años están en esa condición.

Ahora bien, para los que no confían en la SEP tenemos el informe denominado “El Panorama Mundial de la Educación 2011 que revela que México es el país miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que tiene el mayor número de mujeres jóvenes que no estudian ni trabajan y que acaba de ser  publicado recientemente.

Según el estudio de la OCDE, de los 7 millones 226 mil jóvenes que tienen entre 15 y 29 años, el 38 por ciento son mujeres.

Además nos señala que “Los niveles de inactividad dependen en buena parte de las diferencias de género. En México, la proporción de mujeres entre 15 y 29 años que no reciben educación y que están desempleadas o no forman parte de la fuerza laboral es 3.6 veces superior a la de los hombres".

El estudio también destaca que la proporción de mujeres inactivas aumenta con la edad, respecto al de los hombres: "Mientras que la proporción de mujeres inactivas entre 15 y 19 años es 2.3 veces mayor que la de los hombres, entre 20 y 24 años, la proporción aumenta a 2.9 veces y a 5.1 veces para la población entre 25 y 29 años”.

Lo cual se traduce en que “El promedio de las mujeres inactivas en los Países de la OCDE es del 17.7 por ciento, mientras que en México es del 38 por ciento”.

Como podemos ver, aunque ambos estudios no coinciden en las cifras (lo cual es un punto a favor de su veracidad y no en contra, dadas las diferencias metodológicas) los resultados son similares: una gran proporción de los nini’s son mujeres, que habitan predominantemente en estados del sur del país.

Y si tomamos como válidas las cifras de la SEP, esto significa que de los 7’100,000 nini’s, sólo 1’420,000 son los que se adaptan a la definición “de miedo” que nos han querido vender los políticos y los medios de comunicación. Esto es, hombres jóvenes que están en peligro de convertirse en sicarios (siempre que surge un miedo de esta naturaleza, la “opinión pública” se imagina el peor escenario. Esos jóvenes no pueden convertirse en ladrones o estafadores. No, tienen por fuerza que ser “sicarios”).

Así que el verdadero problema no son esos 1’420,000 nini’s, sino la desproporcionada cantidad de mujeres que ni estudian ni se casan: las nica’s. (Si evito mencionar el “ni trabajan” es porque esas mujeres, a diferencia de los hombres en su misma situación, es que ellas contribuyen con su trabajo doméstico, al cual malamente nunca se le considera como trabajo productivo. En lo que respecta a ese “ni se casan” es una manera irónica de mostrar su desventaja).

Y la causa principal de la existencia de las nica’s es cultural: los mexicanos aún somos incapaces de permitir que las mujeres se integren a la economía formal. Aún somos una sociedad de machos en la que impera la creencia que las mujeres no sirven más que para tener hijos y mantener contento a su marido.

México tiene muchos retos por delante. Y entre los principales se encuentra el reconocer y aprovechar la enorme potencialidad de sus mujeres.

Que no te asusten con los nini’s: muchas de ellas son mujeres.

Y no son un problema, son parte de la solución.

9/18/2011

Reseñas de Entre el espejo


Al parecer tengo la capacidad de convocatoria de una enfermedad tropical. Cuando subí a Internet “Retorno 2012 o Cómo sobrevivir a una invasión de zombis” para que fuera descargada gratuitamente, recibí una muy pobre respuesta: de 120 personas que bajaron la novela, sólo dos mandaron su reseña. Por supuesto, lejos de amilanarme, esas dos simples reseñas me animaron, ya que a ambos les encantó mi novela-experimento.

Ahora con “Entre el espejo (comprobaciones de realidad)” intenté de nuevo el obtener reseñas de ésta mi nueva novela. Para tal fin invité a diez personas que voluntariamente quisieran leer la novela y mandar su reseña para publicarla aquí en estas Crónicas.

Seis personas se ofrecieron de voluntarios. Cinco la leyeron y tres respondieron.

A continuación se muestran las tres reseñas, en sus propias palabras:

"Esta obra evoca uno de los más grandes miedos del ser humano, la realidad de los sueños. Este es uno de los más grandes taboos de la gente joven, me atrevo a decir, pudiéndonos llevar al viaje más maravilloso de nuestra vida, o a un rincón oscuro de nuestros más grandes sueños. Entre el espejo es una obra que ilumina la imaginación del lector, llevándolo en un viaje sin destino ni fin.” (Daniel Jesús González, estudiante en biotecnología, 18 años).

Entre el espejo es un buen thriller policíaco y de misterio que va atrapando al lector con una trama ágil y bien estructurada. Definitivamente una lectura recomendada para los amantes del género. Un comentario al margen: yo le quitaría el subtítulo de Comprobaciones de realidad.” (Rebeca García de Quintanilla, 51 años).

“Gloria es una chica fuera de lo común, es la pieza clave del departamento de investigación de ATS dirigido por el inspector Estrada. Los casos que se le asignan son los más complicados de todos los departamentos, casos que para ser resueltos requieren una completa lucidez y la habilidad de procesar información a gran velocidad, pero sobre todo el poseer un perfecto sentido de equilibrio entre la  razón y el instinto.
¿Qué sucede cuando éste equilibrio se ve cuarteado por no saber distinguir la fantasía de la realidad, cuando los fantasmas del pasado no te permiten ver claramente y te orillan a cometer locuras irremediables? Gloria tendrá que vivir todas estas cosas si quiere resolver un caso en donde parece que sólo ella es capaz de distinguir la verdad cuando nadie más la ve. Obra divertida e inesperada, Entre el espejo lleva a los lectores a mirar a su alrededor y preguntarse que pasaría si descubrieran que en realidad están soñando.
Entre el espejo es la secuela perfecta de la novela ‘Retorno 2012 y, al igual que ésta, no permite al lector suspender la lectura hasta llegar a la última pagina.” (Claudia Torres Arias).

Bueno, pues esas fueron las reseñas. Agradezco a Daniel, Rebeca y Claudia sus palabras y espero que en un futuro próximo, cuando la novela haya sido publicada, estas reseñas animen a los demás a comprar y leer Entre el espejo (comprobaciones de realidad) que realmente es una muy buena historia. Se los garantizo.

8/20/2011

Un escritor sin reputación


Mientras espero que me llegue mi registro de derechos de autor (que continúa su recorrido en los pasillos del INDAUTOR en Tenochtitlán) y prosigo la escritura de mi segunda novela con Gloria como protagonista, me entero que en realidad estoy perdiendo mi tiempo, ya que la eventual publicación de ambas novelas me impedirían ser considerado un escritor, al menos un escritor de prestigio.

Esto viene a cuento porque anteayer leí en Milenio.com que Mauricio Carrera —un escritor que desconozco— escribió una novela intitulada: El Tigre de la luna. El misterio de la profecía maya “a pesar (dice el artículo) que conocía los riesgos de escribir una novela dedicada a la supuesta profecía maya de la llegada del Apocalipsis en diciembre de 2012, sobre todo porque su carrera literaria tiene como objetivo forjarse una reputación como escritor, lo que estaría en peligro al dedicarse a temas con cierto aspecto de best seller” (El énfasis en cursivas es mío).

Si alguno de los lectores de estas Crónicas Profanas se pregunta el por qué la última vez que fue a una librería no agregó a un autor mexicano en su compra de novelas, ahí tiene su respuesta.

Los novelistas mexicanos no venden porque a éstos no les interesa escribir para los lectores. Ellos escriben para otros escritores como ellos. No les interesa ser leídos, les interesa ser reconocidos como escritores. Sus esfuerzos no se encaminan a contar una historia, sino a satisfacer los requisitos de algún concurso literario ya que, si lo ganan, adquieren prestigio.

Hace dos semanas fui invitado por mi amigo Luis a una serie de ponencias de los escritores de Ciencia Ficción de Nuevo León. Luis mismo fue uno de los oradores, ya que tiene en su haber al menos dos novelas de Ciencia Ficción: Technotitlan Año Cero y Sangre de Neón. ¿Alguno de ustedes conocían esos títulos? La respuesta es, no.

Y si lo digo con tal seguridad es porque Technotitlan Año Cero se publicó en 1999 con una tirada de sólo 350 ejemplares (editados por el mismo autor) y los tres tomos de Sangre de Neón están a punto de ver la luz gracias a los nuevos esfuerzos de auto edición de Luis.

Ahora bien, ¿por qué Luis tuvo que recurrir a la auto publicación? Por la sencilla razón de que la Ciencia Ficción está considerada como un género literario menor. Y quienes la consideran así no son el público lector —que ni se enteran de ellas por la nula difusión de este tipo de “género literario menor”— sino los escritores con una reputación que defender,  como Mauricio Carrera, que arriesgó todo al dedicarse a temas “con cierto aspecto de best seller”.

Al escritor mexicano le horroriza el término Best Seller. Siente pavor de ser considerado un escritor cuyos libros se venden mucho. ¿Se imaginan qué terrible debe ser para un escritor  que esa novela que escribió con tanto esfuerzo sea leída por miles, o tal vez millones, de lectores? Ha de ser un horror, seguramente.

El escritor mexicano no aspira a eso, por supuesto. Lo que éste anhela es poder presumir el primer lugar que obtuvo hace veinte años en un certamen de cuento regional, o la mención honorífica que alcanzó en el certamen del premio Juan Rulfo, o cualquier participación que haya tenido en otros certámenes literarios nacionales o internacionales, que la mayor parte de las veces sólo le sirven para tener una reputación, obtener el reconocimiento de sus colegas escritores o para alcanzar el prestigio necesario para poder cobrar un estipendio por ofrecer una conferencia, servir como jurado de algún certamen literario, prologar alguna obra o tener la oportunidad de ganarse unos pesos escribiendo artículos en un periódico. Mientras sobrevive con eso, puede continuar trabajando en esa obra con la que ya lleva más de diez años y que está destinada a convertirse en la Gran Novela Mexicana.

Si bien es cierto que la mayoría de los Best Sellers carecen de cualidades que se podrían llamar “literarias” (ya que abundan en clichés, sus caracteres no tienen profundidad y siguen una trama lineal y muy básica, entre otras debilidades) nada impide que una buena novela pueda llegar a convertirse en un Best Seller. En otras palabras, el público lector es quien decide si una novela o historia es buena o no. ¿Que esto es una falacia? ¿Que si no fuera por las costosísimas campañas publicitarias que hacen los editores esos libros basura que son los Best Sellers no se venderían?

Consideremos el caso de Harry Potter. No nos fijemos ahora, cuando ya la saga ha vendido más de 400 millones de ejemplares a nivel mundial y ha terminado la saga cinematográfica, también muy exitosa. No, retrocedamos en el tiempo a 1995, cuando J.K. Rowling andaba vagando por todos lados (incluso fue a España) con el propósito de encontrar algún editor que le publicara su primera novela de la serie: Harry Potter y la piedra filosofal.

Nadie quería publicarla, hasta que una pequeña y oscura editorial inglesa se arriesgó. Pero como la editorial no tenía muchos recursos, no podían hacer una gran campaña publicitaria. Así que imprimieron sólo quinientos ejemplares y los mandaron a algunas librerías, donde acumularon polvo hasta que alguien compró la novela y le gustó. Y ese lector se la comentó a otro lector y se la recomendó. Y este otro lector hizo lo mismo con otro. Y la voz se fue extendiendo de lector en lector, hasta que alguien se dio cuenta que algo estaba pasando y compró los derechos cinematográficos… lo demás es historia.

La saga de Harry Potter puede gustarles o no a los críticos y a los escritores (la gran mayoría de ellos la consideran basura), pero lo que es innegable es que a millones de lectores sí les gustó. Y quien cuenta —quien debe contar en última instancia— como los jueces de cuál es una buena historia y cuál no son precisamente los lectores.

Yo, mientras tanto, continúo esperando a que me llegue mi registro para empezar a buscar un agente literario y sigo con la escritura de mi segunda novela. Porque a mí no me interesa el prestigio ni ser un escritor reputado. Yo sólo busco lectores. Ellos serán los encargados de juzgar si mis historias son buenas o no.